Mientras todas las cámaras y miradas se enfocaban en la XXVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que tuvo lugar en el hotel Santo Domingo de Antigua (Guatemala) el 15 y 16 de noviembre, a pocos kilómetros sucedía otra reunión no menos trascendental. Más de 700 empresarios, representantes del más alto nivel de numerosos sectores económicos y países, se congregaban en el encuentro empresarial para sellar su compromiso con el desarrollo inclusivo y sostenible en Iberoamérica. Una voluntad que quedó plasmada en el documento de recomendaciones y conclusiones, del que varios párrafos fueron incorporados a la Declaración de Guatemala firmada por nuestros mandatarios un día después. Un hecho que quizás podría pasar inadvertido, pero cuya importancia a la mirada atenta no se le escapa.
Pues más allá del éxito de la convocatoria, más allá del compromiso social y ambiental, más allá de la mirada al futuro de cada uno de los paneles, de la participación del rey Felipe VI, cinco presidentes y una vicepresidenta, este encuentro empresarial representó un avance muy importante en los consensos de nuestra región. Por primera vez el tejido empresarial e institucional de Iberoamérica se puso de acuerdo, explícitamente, para trabajar con una misma hoja de ruta: la Agenda 2030. Un acuerdo que no se quedó solo en el qué debemos hacer, sino que propuso en líneas concretas de acción el cómo, juntos, podemos avanzar y responder al llamado de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Unos objetivos que requieren que volvamos a crecer al 5%-6% y que dependen de un esfuerzo colectivo inmenso de parte de todos los sectores de la sociedad.
Los hombres y las mujeres de negocios de Iberoamérica se comprometieron a volver realidad la Agenda 2030 a través de un acuerdo que tiene cuatro grandes repercusiones para nuestra región.
Primero: se reafirmó el principio de que la prosperidad es interdependiente de la inclusión y la sostenibilidad; del hecho de que ningún emprendimiento es sostenible si no incorpora y refleja a su sociedad; de que tener un ecosistema empresarial sano implica tener mejores pymes, más personas con acceso al crédito, más diversidad, más empoderamiento económico de mujeres, más jóvenes involucrados y menos informalidad.
Segundo: se asumió la urgencia de preparar nuestras empresas para la economía del futuro, apostando por la economía digital, las start-up, el comercio intrarregional, la innovación, educar y destapar el talento de nuestra ciudadanía y la inversión en infraestructuras y logística.
Tercero: se enfatizó la idea de que la política importa. De que para que nuestro tejido empresarial prospere hace falta que la institucionalidad funcione; que abogue por una macroeconomía estable, respete las reglas del juego, sea más transparente, facilite la creación de empresas y luche contra la corrupción para recuperar la confianza de la ciudadanía.
Y cuarto: se puso en valor algo de lo que como iberoamericanos nos debemos sentir orgullosos, nuestro modelo de integración. Una integración de abajo arriba que profundiza y construye la gente, los agentes económicos, las cadenas de valor, las movilidades; que eleva consensos y no los decreta desde arriba. Una integración que va a la par con otros procesos que también están sucediendo, como la Alianza del Pacífico y su convergencia con Mercosur, la integración del empresariado centroamericano y el proyecto de tratado con la UE.
La Agenda 2030 ha conseguido que Iberoamérica trascienda una visión maniquea o dicotómica entre sector público y privado. Ha hecho que nos aproximemos a un paradigma en el que a todos los países les importa tener una ciudadanía activa y propositiva y en el que los empresarios consideran que una política estable y transparente, junto a una sociedad que nuevamente confía en proyectos comunes, son requisitos para lograr la prosperidad. A veces la historia se escribe de este modo: entre líneas. En simples pero significativos actos de consenso. En un apretón de manos que simboliza una mutua dependencia, una responsabilidad compartida. En una firma final que tiene visión de futuro y se preocupa por las necesidades de la gente.
Así somos en Iberoamérica. Nos nutrimos de los consensos de una región tan diversa como la nuestra. Nuestra fortaleza es la amplitud de nuestra integración. Una integración que la Agenda 2030, en su inmenso potencial para fomentar alianzas, ya está enriqueciendo en vigor y eficacia.